martes, 6 de septiembre de 2016

La costa italiana (VI). La ciudad de Nápoles.

¡Oh la bella y caótica Nápoles! Adorada y odiada a partes iguales, embellecida con ricos mármoles y altares de oro y finas piedras, y llena de basura y desechos a lo largo de su historia... Pero de cualquier manera caerás rendido a su alma, a sus encantos y sobre todo a su personalidad apabullante y al mismo tiempo indolente. 

La he visitado en varias ocasiones y nunca me ha dejado indiferente. Unas veces la he visto hermosa y señorial, otras demasiado urbana y sucia, pero esta vez, en esta ocasión consiguió embrujarme. Pero no le reprochemos nada más y veamos lo que nos ofrece.

Iglesia de San Eligio Maggiore, del Románico a la actualidad.
Esta iglesia se levanta lejos del centro de Nápoles, y no aparece como una visita de importancia en las guías, a pesar de ser una de las más antiguas de Nápoles (1270). Nosotros la encontramos de pura casualidad, al volver a pie al centro desde la estación de trenes en el tiempo que nos quedaba tras la visita a Pompeya,  y fue una grata sorpresa.



De altura considerable, es el resto que queda del complejo que levantaron los reyes de Nápoles para cobijar una congregación de monjas y que constaba de la iglesia, un hospital de gran tamaño, huertos y otras construcciones anexas.



Lo que disfrutamos ahora, incluyendo el magnífico reloj que está incrustado en el arco bajo el que se encuentra la puerta de entrada, es fruto de una restauración del siglo pasado que sacó a la luz muchos tesoros que habían quedado sepultados por varias capas de revoque.

Dentro, nos esperan muchos elementos románicos, góticos y renacentistas, que sobrevivieron al uso de la Iglesia como escuela, cuartel de milicias e incluso despacho de gobierno.




La mayoría de los tesoros escultóricos se conservan ahora en los museos, sobre todo en el de Capodimonte. Aún así, el templo conserva innumerables tesoros que merecen su visita, como los frescos, las esculturas en piedra, entre las que destaca un belén napolitano o unas bellas arquerías románicas.
Iglesia de San Severo al Pandino, ¡viva el Horror Vacui!
Porque nunca había visitado una iglesia desacralizada que lo pareciera tanto.

Si que había visto antiguas capillas que ahora eran museos, o incluso bares de copas, pero este templo era enorme y despojado de todo aquello que pudiera parecer sagrado. Menos los altares.

Fue donde vi mi primer altar napolitano, majestuoso, ancho y fuerte, de un maravilloso mármol de Carrara policromado.
La iglesia que fue construida en el siglo XV, ha sufrido muchos cambios a lo largo de su historia, ya que de ser parte de un complejo hospitalario dominico, pasó a ser archivo municipal, de nuevo iglesia y finalmente sala de exposiciones.

También sufrió una amputación de su fachada, que fue acortada por las obras de la Via del Duomo y transformada en renacentista.
Todo su interior desapareció con su pérdida de categoría sacra, los retablos, las esculturas e imágenes... todo.
Ahora sólo queda lo que los arquitectos incrustaron en las paredes y no puede ni debe ser removido.



Vale la pena entrar para ver la calidad de los elementos que quedan y la fortaleza de los muros que la sustentan.



Catedral de Nápoles, joya napolitana.
Y santuario por excelencia del buen napolitano, que una vez al año encuentra aquí la razón de su fe y su amor por San Genaro.

Pero antes de hablar del santo milagrero, debemos conocer la joya que cobija su reliquia.
Cuando los cruceristas que hacen escala en Nápoles me preguntan que qué pueden ver aparte de Pompeya y les enumero todas los tesoros napolitanos, pocos suelen creerme. Acostumbrados a la idea de que Nápoles es una ciudad sucia, caótica, llena de motos y ropa tendida en los balcones, que también es verdad...
Por eso lo primero que les recomiendo visitar es la catedral, para que el impacto sea mayor y queden enganchados a la ciudad para siempre.
Porque pese a la estrechez de la calle donde se ubica el Duomo, resplandece como si estuviera en mitad de una llanura, con su mármol blanco y los leones que guardan su entrada y un pasado que le recuerda que se levanta en terrenos del templo de Apolo.





El interior es realmente fastuoso con una mezcla acertada de gótico y barroco, fruto de las remodelaciones sufridas a lo largo de los siglos, debido a los terremotos de la zona y a los caprichos de los gobernantes de turno.
Las capillas compiten por ser la más hermosa, pero claro, al final todo se reduce a la Capilla del Tesoro.



De estilo puramente barroco, considerada una de las joyas de la catedral, rica en mármoles, frescos, pinturas y obras de arte de los mejores artistas del período, es seguramente uno de los monumentos más importantes del estilo en Nápoles. La capilla tiene gran importancia religiosa porque en ella se conservan las reliquias de San Genaro, el santo patrón de la ciudad: posee el busto de plata (que guarda el cráneo del santo) y otras 51 estatuas del mismo metal. El tesoro está formado por varias donaciones de ricos devotos, entre los cuales sobresale la mitra de plata con piedras preciosas donada por Matteo Treglia, que se supone de más valor que el tesoro real de Inglaterra.





El milagro se conserva en ampolletas de vidrio; la sangre de San Genaro, obispo y mártir fallecido a principios del siglo IV, suele licuarse tres veces al año: el 19 septiembre, el día de San Genaro, patrono de Nápoles, decapitado en el año 305, el primer fin de semana de mayo y el 16 de diciembre, fecha del aniversario de la erupción del Vesubio en 1631, que se calmó con las oraciones de los creyentes a San Genaro.





Aunque los científicos dicen que es un preparado a base de hierro elaborado en la Edad Media, que se solidifica si no se mueve y que se licúa al ser agitado...









¿Quién sabe?

Galería Umberto I, impresionante espacio.
Muchos napolitanos ni la tienen en cuenta, para ellos en un edificio más, una copia de las Galerias de Vittorio Emanuele II que simplemente están ahí como formando parte interna de un edificio por el que obligatoriamente no hay que pasar y por una calle por la que obligatoriamente no hay que pasar.



Así que a excepción de algunas guías que la nombran por el aire, cogida con pinzas y más bien como monumento arquitectónico, no es un punto de visita frecuente.
Pero he aquí que cuando se callejea lo suficiente es cuando mejor panorama se tiene de la ciudad y cuando descubres joyitas como ella.





Es verdad que por fuera nada diferencia el edificio de cualquier viejo palazzo de los que abundan en el Nápoles más elitista, esos que se han ido convirtiendo en apartamentos.
Pero una vez que entras en la galería, descubres que otro mundo se esconde en el interior. Un mundo mas sobrio, pero al tiempo luminoso, de delicados techos de acero y cristal y suelos de mosaico y mármol que esconden un hotel, el Art Resort de exquisita decoración, la sede central del Banco de Nápoles o joyerías del más alto nivel.



Irónico, en un barrio, el de Santa Brígida que en el siglo XVIII alcanzó los más altos niveles de delincuencia, prostitución e insalubridad, con 9 epidemias de cólera y asesinatos y robos en cada esquina.
Afortunadamente toda la mala semilla fue destruida y hoy podemos disfrutar de este precioso espacio, para mí único.

Iglesia Gesú Nuovo, tríptico de fe.
La Plaza de Gesú Nuovo se conforma en un espacio con tres puntos fundamentales que ningún visitante de Nápoles debe dejar de visitar porque son el alma del napolitano más puro.
 Dos de ellos son la Columna de la Peste y la Iglesia del Gesú Nuovo. La primera es una de las más famosas y delicadas a la Virgen de las que solían levantarse en el Barroco europeo para pedir la sanación del cuerpo y la salvación de las almas que sufrían las numerosas oleadas de peste que asolaron el continente desde la Edad Media.

La blancura del mármol y la curiosidad de las escenas mostradas bastan para hacer que paremos nuestro camino antes de pasar a la Iglesia del Gesú.

Delante del edificio, nos llama la atención su fachada, tan parecida a la Casa de los Pinchos de Segovia. Y es que era el palacio de los Sanseverino, Príncipes de Salerno, que al rebelarse contra el virrey don Pedro de Toledo, cayeron en desgracia y perdieron la mayoría de sus posesiones, entre ellas el palacio, que pasó a manos de los jesuitas.



Al entrar en la iglesia, se percibe una sensación de profundo estupor y maravilla por la extraordinaria riqueza decorativa del interior que, no obstante el dominante tono barroco, fue realizada en un periodo de tiempo que va desde los primeros años del siglo XVII hasta todo el siglo XX.



Aunque está consagrada a la Inmaculada, en la actualidad el centro del culto se rinde alrededor de la capilla donde se encuentran los restos de San Giuseppe Moscati, un médico que según se cuenta, realizó multitud de milagros.


Antes de salir y mudos ante la marea de fe que parece envolver a cualquier hora el edificio, disfrutemos de la riqueza de la decoración que parece no dejar libre ni un centímetro de las altísimas paredes y que seguro que permanecerá en nuestra memoria por mucho tiempo.



Iglesia de Santa María Avvocata, el pequeño tesoro napolitano.
Escondidísima, casi desapercibida, al final de una callejuela adornada con ropa tendida, vespas endiabladas que gobiernan Nápoles, antiguas fruterías y licorerías flanqueadas por Vírgenes que recogen la devoción de las viejas nonnas napolitanas....Un pequeño palacio, no, una pequeña iglesia que parece cortar en dos la calle, como impidiendo seguir de largo sin entrar a visitarla.



Una puerta de madera vieja, mal encajada, más propia de una pequeña capilla ortodoxa de una isla griega perdida en el Egeo que de una iglesia napolitana.

Pero claro, puede que forme parte de la trampa. La trampa que te hace pensar que se trata de un templo más en el que no te fijarías si no fuera porque te aparece de frente.
Hasta que entras y tus ojos quieren salirse de sus órbitas ante tanta belleza contenida en tan poco espacio.



Ni un centímetro ha quedado sin cubrir por las artes, ya sea pintura, escultura, mosaico, estuco... Todo para mayor gloria de Dios y de la Virgen, tan napolitana, la Madonna.
Resplandece cada rincón de la iglesia, recién restaurada con un precioso altar policromado envuelto por la fiebre del Barroco.



Hay que sentarse y disfrutar de tanta belleza.

Iglesia de Santa Ana de los Lombardos, matemáticas y fe.
Fra Giovanni y Vasari. Estos son los nombres que debemos tener en cuenta durante toda la visita a este precioso templo al que poca gente concede su tiempo cuando visita la ciudad de Nápoles.


Porque el primero, con el delicado trabajo de marquetería en la Capilla de Vasari, se consagró como el mejor taraceador de su tiempo en todo el mundo conocido.
Si levantamos la vista al entrar lo primero que vemos es una alegoría de la Geometría, el primer nivel iniciativo hacía la salvación. Vasari utiliza una figura masculina, normalmente Euclides, con compás, globo y escuadra, para representar la ciencia.


Las paredes, totalmente cubiertas de madera taraceada, representando multitud de escenas bíblicas, son de una delicadeza extrema, y aun me pregunto cómo pueden estar tan bien conservadas y de que milagrosa manera sobrevivieron al terremoto de 1805.
Como colofón a la visita que también tiene su continuación en las capillas que rodean la nave principal, un Nacimiento barroco que pudo haber sido origen y germen de los actuales belenes de Italia y España.





Y  nos despedimos de la ciudad, que no de la región ya que aún nos quedan dos puntos históricos que visitar...


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