Dejamos atrás el Duomo y nos vamos a un lugar especial, donde descansan grandes nombres ilustres de la cultura italiana, la basílica de la Santa Croce.
Hagamos un pequeño viaje al pasado, para encontrarnos con un pequeño grupo de frailes franciscanos encabezados por el santo que les dio nombre y que llegaron a Florencia en los primeros años del siglo XIII. Tras vivir y predicar en la ciudad, decidieron establecerse en una zona pantanosa al este de la ciudad y construir una pequeña iglesia. Tuvieron tanto éxito en su forma de predicar la caridad cristiana que en breve necesitaron ampliar ese pequeño lugar de culto, con la idea básica de que fuera sencilla y pobre, como su orden.
No les faltaron ofertas de colaboración económica por parte de las mejores familias florentinas, como los Quarentesi, que pretendían aportar el montante total del costo de la fachada siempre y cuando, y aparte de ganarse el cielo, su escudo familiar presidiera el frente. Los monjes se negaron y la consecuencia final fue que la fachada quedó sin acabar hasta finales del siglo XIX.
Dentro del recinto encontramos, en su parte posterior muchas capillas dedicadas a familias nobles y burguesas de la ciudad con preciosos frescos del pintor Giotto y lápidas que recuerdan el paso por la vida de sus acaudalados huesos.
Hoy en día Santa Croce es un complejo de museos que engloba la Basílica, las capillas, el monasterio, el campanario y el refectorio que hace de sala temporal de exposiciones. También se puede pasear por el antiguo monasterio, utilizado a veces para albergar eventos públicos y privados, algo muy criticado por los florentinos más conservadores que desean mantener puro el elemento sagrado y cultural del conjunto. Si nos fijamos en una pared en concreto, encontramos unas barras de metal que sirven de recordatorio de las inundaciones que asolaron la ciudad. Cada una de ellas marca la altura hasta donde subió el agua traída por el río Arno.
Al margen de todo esto, los visitantes suelen venir a rendir homenaje a los artistas y científicos más famosos que tienen sus tumbas en la iglesia, como Miguel Ángel, cuya tumba nos muestra gracias a Vasari, las estatuas de la Pintura, la Escritura y la Arquitectura.
O la de Galileo Galilei, Maquiavelo y el músico Rossini.
Muy curioso es el cenotafio de Dante Alighieri, llamado padre de la lengua italiana y autor de la famosa Divina Comedia. Es cenotafio y no tumba, porque en el interior no descansan los restos del poeta, que sí que lo hacen en Rávena. A lo largo de los siglos, Florencia ha intentado reclamar los restos con una rotunda negativa por parte de la otra ciudad.
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