lunes, 7 de noviembre de 2016

Bella Italia (VI). Florencia( y II)

 Dejamos atrás el Duomo y nos vamos a un lugar especial, donde descansan grandes nombres ilustres de la cultura italiana, la basílica de la Santa Croce.

Hagamos un pequeño viaje al pasado, para encontrarnos con un pequeño grupo de frailes franciscanos encabezados por el santo que les dio nombre y que llegaron a Florencia en los primeros años del siglo XIII. Tras vivir y predicar en la ciudad, decidieron establecerse en una zona pantanosa al este de la ciudad y construir una pequeña iglesia. Tuvieron tanto éxito en su forma de predicar la caridad cristiana que en breve necesitaron ampliar ese pequeño lugar de culto, con la idea básica de que fuera sencilla y pobre, como su orden.

No les faltaron ofertas de colaboración económica por parte de las mejores familias florentinas, como los Quarentesi, que pretendían aportar el montante total del costo de la fachada siempre y cuando, y aparte de ganarse el cielo, su escudo familiar presidiera el frente. Los monjes se negaron y la consecuencia final fue que la fachada quedó sin acabar hasta finales del siglo XIX.

Dentro del recinto encontramos, en su parte posterior muchas capillas dedicadas a familias nobles y burguesas de la ciudad con preciosos frescos del pintor Giotto y lápidas que recuerdan el paso por la vida de sus acaudalados huesos.

Hoy en día Santa Croce es un complejo de museos que engloba la Basílica, las capillas, el monasterio, el campanario y el refectorio que hace de sala temporal de exposiciones. También se puede pasear por el antiguo monasterio, utilizado a veces para albergar eventos públicos y privados, algo muy criticado por los florentinos más conservadores que desean mantener puro el elemento sagrado y cultural del conjunto. Si nos fijamos en una pared en concreto, encontramos unas barras de metal que sirven de recordatorio de las inundaciones que asolaron la ciudad. Cada una de ellas marca la altura hasta donde subió el agua traída por el río Arno.

Al margen de todo esto, los visitantes suelen venir a rendir homenaje a los artistas y científicos más famosos que tienen sus tumbas en la iglesia, como Miguel Ángel, cuya tumba nos muestra gracias a Vasari, las estatuas de la Pintura, la Escritura y la Arquitectura.

O la de Galileo Galilei, Maquiavelo y el músico Rossini.


Muy curioso es el cenotafio de Dante Alighieri, llamado padre de la lengua italiana y autor de la famosa Divina Comedia. Es cenotafio y no tumba, porque en el interior no descansan los restos del poeta, que sí que lo hacen en Rávena. A lo largo de los siglos, Florencia ha intentado reclamar los restos con una rotunda negativa por parte de la otra ciudad.


Así que hay que conformarse con admirar el monumento funerario o la estatua que se encuentra fuera de la basílica.


Nos despedimos del recinto religioso admirando y encaminamos nuestros pasos hacia el centro de mando de los todopoderosos Medici.

Íntimamente ligada a la historia de Florencia, la familia Médici consiguió durante tres siglos tener el control de la ciudad, influyendo en el gusto artístico y cultural dentro y fuera de sus dominios, apoyando a artistas como Botticelli, Miguel Ángel o Vasari y favoreciendo la revolución cultural de occidente que se conocería como Renacimiento.



Pero no siempre pertenecieron a la nobleza, ya que no fue hasta que lograron el suficiente poder, allá por el siglo XVI que la familia adquirió el título nobiliario de duques y se establecieron en el llamado Palacio Viejo y lo embellecieron con frescos, obras de artes de incalculable valor y por supuesto las estatuas que lo guardan en la maravillosa Plaza de la Señoría, como el Neptuno de Ammannati, la ecuestre de Cosimo I, El Hércules de Bandinelli o el delicado Perseo de Cellini.

Pero aparte de todo este decorado que asemeja el cartón piedra de una película, los visitantes se acercan a la plaza para fotografiar y fotografiarse con una escultura en especial, el David de Miguel Ángel. Tallado en un sólo bloque de mármol de Carrara de casi 6 metros, este gigante de casi 5 toneladas de peso realmente se guarda a cubierto en una de las salas de la Academia, y para verlo hay que hacer colas que pueden durar horas. Así que si no eres un purista, y tan sólo pretendes llevarte una imagen simbólica, puedes hacer como la mayoría de los visitantes de la ciudad y fotografiar la copia de 1910 que se encuentra delante del Palacio.

Y nos despedimos momentáneamente de Florencia prometiendo volver para dejar de lado su monumentalidad apabullante para sumergirnos en una próxima visita en los íntimos espacios de sus museos y galerías, aquellos que de tanta belleza produjeron mareos y taquicardias al famoso escritor Stendhal.



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