viernes, 11 de noviembre de 2016

Bella Italia VII. Venecia (III)

 Cada vez que visito Venecia me asalta la sensación de que San Marcos es el centro del mundo, una especie de Times Square del viejo continente, un imán que de manera inexorable te obliga a rendirle pleitesía. Es como si fuera una obligación luchar contra las hordas de turistas y visitantes e inmortalizar tu presencia con una imagen que diga que has estado allí, que la has adorado como lo han hecho a lo largo de los siglos pintores, escultores y comerciantes. 


Nosotros no debemos ni podemos ser menos y nos lanzamos de cabeza a conocerla, a rendirnos ante ella como todo súbdito de su belleza, de su perfección y su armonía. Y lo primero que debemos hacer es tener una idea global de su forma, de sus miembros que como un cuerpo humano la hacen moverse mientras permanece quieta e inalterable. Para ello subimos al famoso Campanille, hasta lo más alto de sus casi 99 metros que son sin duda la mejor carta de presentación de la Plaza y de la ciudad. Para ayudarnos, dispone de un ascensor pequeño, y siempre ocupado que nos lleva hasta el mirador.


Esta torre que sirvió como faro para comerciantes y pescadores, adquirió su forma actual en el siglo XVI.

Nos impresionan al llegar arriba las cinco campanas a las que los venecianos tratan como uno más y a las que dieron diversas funciones. Tenemos la Marangona, la mayor, que tocaba al empezar y terminar la jornada laboral...

el Maléfico, la más pequeña pero que anunciaba las condenas a muerte, la Nona, que sólo tocaba a las 9...

la Trottiera que llamaba a los miembros del Consejo y la Mezza Terza, que lo hacía con el Senado.

La vista es impresionante. Desde la cercana Basílica de San Marcos y el Palacio Ducal o la laguna veneciana en todo su esplendor con la maravillosa isla de San Giorgio Maggiore,  hasta el Puente de la Libertad o la lejana isla de Murano. Detalles de tejados convertidos en terrazas o edificios que desde la calle no muestran su impresionante estructura.






En julio de 1902 el Campanile se derrumbó y fue reconstruido siguiendo los planos originales, pero sustituyendo el ladrillo bizantino por el rojo, más fuerte y estable. He encontrado esta foto del momento justo en que ocurrió la tragedia. Afortunadamente sigue entre nosotros para como un veneciano más enseñarnos la ciudad desde una perspectiva diferente.

De nuevo con los pies en la tierra exploramos un poco más esta plaza que mide 180 metros de largo por 70 de ancho. Una de las cosas que más llaman nuestra atención es la existencia de dos columnas que anteceden a la plaza. Una de ellas tiene en su cúspide a San Teodoro, primer patrón de la ciudad, y cuya efigie, de origen romano está vestida con ropa militar y aplasta a un dragón al que acaba de matar.


La otra nos muestra a un león alado, que simboliza a San Marcos y a la misma Venecia. El animal es de bronce y su origen es probablemente griego o sirio. Hay que decir que las alas se añadieron posteriormente.


Ambas está colocadas en el lugar exacto donde se celebraban las ejecuciones, por lo que los venecianos evitan pasar entre ellas para no tentar a la mala fortuna...
Visitamos ahora el Palacio Ducal.

Construido como castillo o fortaleza en el siglo IX, afortunadamente sufrió un incendio que lo destruyó por completo. Y digo afortunadamente porque gracias a ello podemos disfrutar ahora de este maravilloso edificio que es a la vez delicado, imponente y de una belleza extrema.

Fueron 120 los dogos o dux de Venecia los que a lo largo de los siglos ejercieron su poder desde esta joya arquitectónica que combina estilos como el bizantino, el gótico y el renacentista, y guarda tesoros pictóricos de artistas como Tintoretto, Tiziano o Bellini.



No podemos hacer fotos en su interior, como en muchos monumentos del mundo, pero cabe decir que al que disponga de tiempo en su visita al Palacio, le esperan impresionantes estancias como la del Consejo Mayor, la Scala d'Oro, los apartamentos del Dux, las salas de armas y un sinfín de tesoros variados guardados a lo largo de los siglos.
Pero lo que llama la atención y es imagen obligada para todos aquellos románticos que visitan la Serenissima es un famoso puente, el de los Suspiros. Este pasadizo que hace de nexo entre el Palacio y los calabozos ha sido fotografiado, pintado, esculpido e imitado hasta la saciedad durante siglos. Yo lo he podido ver en varias ocasiones y estados. Para muestra un botón.


El popular puente barroco ha entrado en el imaginario romántico colectivo por ser el lugar desde donde los condenados al calabozo podían ver por última vez, quizá, la laguna véneta y con ella su libertad perdida.

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